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Miguel Cortes Arrese. 182 pp., 23x15 cm, EAN: 9788496633988
Latinos, eslavos y musulmanes se sintieron fascinados por Bizancio, un Imperio heredero del romano, defensor tenaz de la Ortodoxia, que estableció sus dominios sobre buena parte del Mediterráneo oriental y desarrolló una civilización cuyo brillo había de deslumbrar a sus contemporáneos.
Una de sus creaciones más originales fue el monacato espontáneo. Triunfó al margen de la Iglesia oficial, a la búsqueda de la santidad, en lucha permanente con los peligros del mundo y los poderes invisibles de las tinieblas. Y buena parte de su éxito se debió a la variedad de fórmulas que utilizaron estos hombres y mujeres ebrios de Dios en su escala del paraíso: eremitas, estacionarios, herbívoros, estilitas… San Pablo de Tebas, San Antonio o San Simeón el estilita el Viejo no han dejado de asombrarnos durante centurias, hasta nuestros días.
No menos seductores fueron los guardianes de la frontera oriental que mantuvieron, en nombre del emperador, la lucha eterna contra los musulmanes, en los confines del Tauro o en las marcas de Capadocia. Como Basilio Digenís Akritas, ensalzado en un bello poema que nos ilustra, de manera elegante y refinada, sobre su origen, gustos artísticos y formación religiosa. Sus santos protectores: Teodoro, Demetrio y Jorge participaron también en los sueños y visiones de numerosos fieles; identificados por los rasgos que mostraban sus iconos. El noble Jorge, vencedor de mil combates, viajó a Occidente de la mano de los cruzados; y como Demetrio, el patrón de Tesalónica, acudió en auxilio de los eslavos en la guerra secular que tuvieron que librar contra los tártaros.
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