Mi vida artística

Nada se descubre si decimos que pocos actores han dejado la estela que José Isbert dejó tras su muerte, en los años sesenta. La calidad de su trabajo, especialmente del que todavía podemos disfrutar, el cinematográfico, lo han convertido en un nombre reconocido y querido por varias generaciones que lo han aplaudido y aplauden todavía, ya sea en sus papeles menos conocidos, en sus comedias más ligeras o en los grandes clásicos que forman parte de nuestra historia y cuya aportación convirtió en aún más grandes.

José Isbert dio vida al representante artístico de una compañía de cómicos en Aventura, fue un fabricante de galletas en la España de la República en El bailarín y el trabajador, ambos clásicos reconocidos del cine español de los 30, se convirtió en el alcalde que siempre nos debía una explicación en Bienvenido Mr. Marshall, y al final de su carrera añadió su sabiduría en la obra maestra El verdugo.

Lo que ocurrió en su vida artística, como llamó a sus memorias, entre aquel representante y su magistral verdugo, quedó reflejado por su puño y letra en las páginas de su autobiografía. Escenarios, kilómetros y miles de metros de película. Vivencias, sabores y sinsabores.

Aquellas memorias, publicadas en los sesenta, no han vuelto a ver la luz a pesar de su indudable interés.