El señor del látigo

El Señor del Látigo es una fabulación entre el absurdo y el esperpento. Un retrato metafísico que nos presenta a un Dios indiferente al mundo, que mira hacia otro lado para no ver los efectos colaterales de su creación; un Dios atrapado en las miserias y debilidades humanas —bebedor de whisky, jugador de mus, contador de frivolidades y chascarrillos picantes a su coro celestial…—.
En contraposición, Jesús, al que llaman el hijo, sufre por su actividad cínica y “pasota” y vuelve a sangrar por las llagas causadas en su pasión y muerte.

Es el grito de un hombre maduro ante el Dios Todopoderoso, en una madurez alcanzada a través del dolor físico, y sus secuelas psíquicas, sufrido desde los siete años, y causado, cree él, por ese mismo Dios.

Se trata de una reflexión sobre la complejidad de la fe y las dudas que surgen de tener que aceptar como Ser Supremo a un Dios que permite y tolera el sufrimiento de los hombres.
Paralelamente se intercalan capítulos que evocan las experiencias dramáticas de los años de infancia del autor, matizados con anécdotas y personajes de fuerte tono naturalista. Así pues, lo fantástico íntimamente imbricado en lo real, confieren a este relato el valor de alegoría sobre la condición humana; agridulce alegoría que se ensaña sobre los misterios de la fe y la religión, regidos por un Dios que continuamente nos fustiga con su látigo divino.

Rodrigo Rubio ha escrito una obra definitiva donde rinde cuentas con las creencias más profundas a través de la literatura, a modo de testigo impertinente de su propio yo. El Señor del Látigo, por su fuerza evocadora y solidaridad con los que sufren, nos trae a la memoria al autor que obtuvo en 1965 el Premio Planeta con la novela Equipaje de amor para la tierra.